jueves, 16 de septiembre de 2010

La habitación sellada.


Cuando Mahmud el destructor de imágenes, tomó a un mendigo sufí como su consejero personal, fue despiadadamente criticado por varios de sus ministros.
La oposición fue más dura cuando lo hizo cargo de las finanzas de todo el reino de Ghazna y Khorasán.
Ayaz, compañero inseparable del gran conquistador, fue escrupulosamente observado por todos los cortesanos que codiciaban algún cargo. Todos buscaban su caída.
A causa de esos celos, y de su vigilancia minuciosa, fue que siete ministros del reino se presentaron ante el monarca con una terrible acusación.
Uno de ellos se adelantó y habló así a su gobernante:
- ¡La sombra de Alá cubre la Tierra! Habéis de saber que, siempre infatigables a vuestro servicio, hemos estado vigilando de cerca a vuestro siervo Ayaz. Tenemos ahora que informaros de que cada día, en cuanto deja la corte, Ayaz entra en una pequeña habitación donde no se permite entrar a nadie más. Pasa algún tiempo en ella, y después se va a sus propios aposentos. Tememos que este hábito suyo puede estar conectado con alguna culpa secreta: tal vez, oculte allí lo que roba al tesoro real, incluso puede que se reuna con conspiradores, y tenga intenciones de quitar la vida a su Majestad.
Durante algún tiempo Mahmud se negó a escuchar nada en contra de su amigo, pero el misterio de la habitación cerrada le dio vueltas en la cabeza, hasta que sintió que tenía que satisfacer sus dudas.
Un día, mientras Ayaz iba hacia su cámara privada, apareció Mahmud, rodeado de sus acusadores, y le pidió que le mostrase la habitación.
-De ningún modo -se opuso Ayaz.
-Si no me permites entrar en la habitación, toda mi confianza en ti como hombre franco y leal se habrá evaporado como un perfume en el aire, y en adelante no podremos mantener nuestra relación en los mismos términos. Elige -dijo el fiero conquistador.
Ayaz lloró avergonzado, y después abrió de par en par la habitación y dejó que entrasen sus inquisidores.
La habitación estaba desprovista de todo mobiliario. Todo lo que contenía era una percha en la pared. Del gancho colgaban un manto raído y lleno de remiendos, un cayado y un cuenco de peregrino.
El príncipe y su corte no podían entender el significado de este descubrimiento.
Cuando Mahmud pidió una explicación, Ayaz dijo:
-Mi señor, durante años he sido su siervo, su amigo y consejero. Acepté de mala gana ocuparme de las finanzas y sólo por su insistencia lo hice. Pero la vida en la corte es como el sueño de la adormidera, y las tentaciones son muchas. Es por eso que he intentado no olvidar nunca mis orígenes, y por esta razón he venido aquí cada día para recordarme lo que soy. cada día cambio mis túnicas por estas ásperas vestimentas para rezar y recordar, que todo lo que me pertenece son mis harapos, mi cayado, mi cuenco y mi peregrinar por la faz de la Tierra. En todo lo demás, sólo soy un siervo de mi señor y de Ála, un simple administrador de bienes que no me pertenecen.
Mahmud pidió sinceras disculpas a su amigo y se retiró. Dudó en despedir a los siete acusadores, considerándolos irremplazables en la estabilidad del reino, pero en cuanto a él mismo, jamás volvió a vestir oro, ni obstentó más joya que la entrega absoluta a su dios y a sus súbditos.
El soberano siempre tuvo el apoyo del pueblo y nunca perdió una batalla. Sin embargo, a su muerte en el año 1030dc, El imperio de Mahmud de Gazna que se extendió desde el mar Caspio hasta el Indo y que fue un verdadero Estado de naciones, no le sobrevivió.
Imagen tomada da http://www.fundacion.telefonica.com

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