domingo, 22 de mayo de 2011

Vínculos (06)



INTRODUCCIÓN

Una semana después del nacimiento de nuestra hija Lauren, mi esposa Bonnie y yo estábamos completamente exhaustos. Lauren nos despertaba todas las noches. Bonnie se había desgarrado en el parto y estaba tomando calmantes. Apenas podía caminar. Después de quedarme en casa durante cinco días para ayudar, volví al trabajo. Ella parecía estar mejorando.
En mi ausencia se quedó sin píldoras. En lugar de llamarme a la oficina, le pidió a uno de mis hermanos, que estaba de visita, que le comprara más. Sin embargo, mi hermano no regresó con las píldoras. Por consiguiente, pasó todo el día con dolor, encargándose de la recién nacida.
Yo no tenía idea de que su día había sido tan espantoso. Cuando regresé a casa estaba muy trastornada. Malinterpreté la causa de su aflicción y pensé que me estaba culpando.
“Me sentí dolorida todo el día... -dijo-, me quedé sin píldoras. ¡Estuve varada en la cama y a nadie le importa!”
Dije en forma defensiva: “¿ Por qué no me llamaste?”
Respondió: “Le pedí a tu hermano, ¡pero se olvidó! Lo estuve esperando todo el día. ¿Qué se supone que tengo que hacer? Apenas puedo caminar. ¡Me siento tan abandonada!”.
En ese momento exploté. No tenía mucha paciencia ese día. Estaba enojado porque no me había llamado. Estaba furioso de que me echara la culpa cuando yo ni siquiera sabía que estaba dolorida. Después de intercambiar algunas palabras duras, me dirigí hacia la puerta. Me sentía cansado, irritable y no estaba dispuesto a seguir escuchando. Ambos habíamos alcanzado el límite.
Entonces comenzó a suceder algo que cambiaría mi vida.
Bonnie dijo: “Detente, por favor no te vayas. Este es el momento en que más te necesito. Estoy dolorida. Hace días que no duermo. Por favor, escúchame”.
Me detuve un instante para escuchar.
Ella siguió: “¡John Gray, eres un amigo interesado! Mientras soy la dulce y afectuosa Bonnie estas aquí conmigo, pero en cuanto dejo de serlo, te vas por esa puerta”.
Hizo una pausa y sus ojos se llenaron de lágrimas. Su tono cambió y dijo: “en este mismo momento estoy dolorida. No tengo nada para dar, ahora es cuando más te necesito. Por favor, acércate y abrázame. No tienes que decir nada. Sólo necesito sentir que tus brazos me rodean. Por favor, no te vayas”.
Me acerque y la abracé en silencio. Lloró en mis brazos. Después de unos minutos, me agradeció por no haberme ido. Me dijo que sólo necesitaba sentir que la abrazaba.
En ese momento comencé a darme cuenta del significado del amor, del amor incondicional. Siempre pensé que yo era una persona afectuosa. Pero ella tenía razón. Había sido un amigo interesado. En la medida en que ella se mostraba feliz y agradable, yo demostraba amor. Pero si ella no estaba felíz o estaba enojada, me sentía agredido, discutía o tomaba distancia.
Ese día, por primera vez, no la abandoné. Me quedé y fue muy bueno. Pude brindarme a ella cuando realmente lo necesitaba. Parecía amor verdadero. Preocuparse por el otro. Confiar en nuestro amor. Estar allí en el momento en que ella lo necesitaba. Me maravillé de lo fácil que me resultaba apoyarla cuando se me mostraba el camino.
¿Cómo no había podido verlo? Ella solo necesitaba que me acercara y la abrazara. Otra mujer hubiera sabido en forma instintiva lo que necesitaba Bonnie. Pero como hombre, no sabia que el hecho de tocarla, abrazarla y escucharla era algo tan importante para ella. Al reconocer estas diferencias, comencé a aprender una nueva manera de relacionarme con mi esposa. Nunca hubiera creído que podíamos resolver el conflicto tan fácilmente.
En mis relaciones anteriores, me había mostrado indiferente y poco afectuoso en tiempos difíciles, simplemente porque no sabía que hacer. Como resultado de ello, mi primer matrimonio había sido muy doloroso y difícil. Este incidente con Bonnie me reveló la manera en que podía cambiar esta pauta.
Inspiró mis siete años de investigación con el fin de desarrollar y refinar el discernimiento acerca de hombres y mujeres en este libro. Al aprender en términos prácticos y específicos la manera en que se diferencian hombres y mujeres, comencé repentinamente a darme cuenta de que mi matrimonio no necesitaba semejante lucha. Con este nuevo conocimiento sobre nuestras diferencias, Bonnie y yo fuimos capaces de mejorar en forma drástica nuestra comunicación y de gozar mas uno del otro.
Tomado del libro "Los hombres son de marte, las mujeres son de venus" de John Gray

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